domingo, 24 de septiembre de 2017

Los misterios están ahí


En los años sesenta del siglo XX, Frank Drake ideó una fórmula matemática muy sencilla gracias a la cual realizó unos cálculos con el fin de averiguar la posibilidad de que existieran civilizaciones inteligentes en otros planetas.


 Cuando Frank Drake realizó la primera estimación, obtuvo que pudieran existir diez civilizaciones tecnológicas extraterrestres en nuestra galaxia. Algunos consideraron que el cálculo era demasiado optimista, mientras que otros aseguraban que se había quedado corto. Han pasado varios años y muchas cosas desde que Drake realizó ese primer cálculo. Se ha aprendido mucho sobre el origen de la vida y las condiciones que deben darse en un planeta para que pueda resultar habitable. Aplicando estos nuevos conocimientos, obtenemos otros números, pero aun así las discrepancias son muchísimas. Los resultados van desde dos civilizaciones hasta miles de ellas. 




En este caso yo tampoco tengo la más remota idea de por dónde pueden ir los tiros. Resultaría fácil dejarse llevar por la ilusión y especular al alza, afirmando que estamos rodeados de  magníficos seres cargados de inteligencia, pero la ciencia nos enseña una y otra vez a no interpretar la realidad en función de nuestros deseos e intuiciones. Sin embargo, te diré al oído algo: estoy convencido de que el universo está lleno de ellos.
Pero no me interpretes mal. El hecho de estar convencido emocionalmente de la existencia de civilizaciones extraterrestres no implica en absoluto defender el fenómeno ovni. El proyecto SETI nada tiene que ver con el asunto de las abducciones, ni con esas historias que una voz pretendidamente hipnótica nos cuenta en los programas nocturnos de misterio. No puedes hacerte una idea de cuantos embustes se lanzan por segundo acerca de estos asuntos. Miles de personas viven de asegurar sin ningún rigor que estamos siendo visitados de forma permanente por seres del espacio. En esta afirmación no hay, en sí misma, nada negativo. El problema es el método que se emplea para abordarla. El escepticismo, la duda, la observación continuada, la experimentación rigurosa, todo aquello que la ciencia utiliza a diario en sus tareas no es tenido en cuenta por quienes se presentan a sí mismos como expertos internacionales en el fenómeno ovni. Nunca, jamás, ningún científico serio, utilizando su exigente método, ha afirmado que un avistamiento ovni se haya producido realmente. Hasta el momento todas las historias que se cuentan de contactos con seres de otros planetas no han podido ser confirmadas. Por ahora, y a falta de más evidencias, continuamos estando solos.
Seguramente estarás pensando que soy algo rígido en este asunto, que tal vez debería tener la mente sanamente predispuesta a aceptar las historias que muchos testigos narran sobre experiencias con tipos llegados de otros mundos. Pensarás que mi simpatía por la ciencia me ha vuelto poco objetivo, convirtiéndome en enfermizamente partidista. Si eso es lo que opinas, creo que será bueno que nos demos un tranquilo paseo por el mundo de lo paranormal porque haciéndolo descubrirás un método infalible para saber si una afirmación es científica o si se trata de una rematada chifladura. Creo que de esta manera compartirás mi apasionado escepticismo.



 El método del que te hablo es tremendamente eficaz. Cualquier afirmación que se haga – y no  solo en la ciencia– debe ir acompañada de pruebas. No hacerlo así supone, entre otras muchas cosas, una falta de respeto a todas las personas de las que te he ido hablando en este libro. Ellos aportaron al mundo conocimientos muy valiosos, y lo hicieron con esfuerzo y muchas  horas de trabajo. Siempre que tenían una idea, cualquiera que fuera y por muchísimo que la apreciaran, la sometían invariablemente a todas las pruebas que eran capaces de imaginar y, si al final se veían obligados a rechazarla, lo hacían sin ningún miramiento.
Estas pruebas, además, no debe hacerlas una sola persona. Eso podría dar lugar a suspicacias. Existen muchos motivos por los cuales un científico puede declarar públicamente que su teoría ha sido confirmada cuando en verdad no es así. Son humanos y la vanidad también está presente en ellos. Por ese motivo,  ha de ser toda la comunidad de científicos quienes hagan las pruebas, y además el número de veces que consideren oportuno.
Pero incluso antes de realizar las pruebas, no todas las ideas e hipótesis tienen el mismo valor de partida. Deben tener una característica inicial perfectamente clara: no pueden entrar en contradicción con lo que se sabe que ocurre. Si, por ejemplo, mi teoría es que los objetos no son atraídos en absoluto con la gravitación de la Tierra, ya no resulta  preciso que nadie se moleste en realizar experimentos.
Al iniciar esta obra te ponía como ejemplo de hipótesis no científica la siguiente afirmación: “Siempre que un ser humano ansía algo, el universo entero le ayuda a conseguirlo”. Te aseguro que, por increíble que te parezca, muchas personas se toman esta frase tremendamente en serio. Ahora tú, con tus nuevas herramientas para decidir si algo es o no científico, puedes ver con facilidad que se trata de una gran chifladura, porque ¿Qué experimentos se han hecho para confirmar esta hipótesis?  ¿Quién los ha realizado?  ¿Qué científicos han participado?  ¿En qué ha consistido el experimento con exactitud? ¿Acaso han encerrado en un laboratorio a cien mil personas, les han hecho apuntar en un papel sus deseos más profundos y luego han observado cómo el universo, amable y benefactor, iba concediéndoselos uno a uno? Como es lógico, no. Se trata, tan sólo, de una afirmación gratuita, poética y astutamente diseñada para regalar los oídos.
Hay cientos de frases así, proposiciones acerca de la realidad que se dan por válidas, pero que jamás han sido analizadas con rigor por nadie. Quedan bien, eso es todo. Huelen a verdad absoluta, a secreto escondido, a maravilla cósmica, pero se vienen abajo cuando uno se toma la molestia de aplicar la herramienta de los científicos. Pero no creas que la utilización de este método resta poesía a la realidad.  Es un error muy difundido pensar así. Tenemos la idea de que la ciencia, fría y rígida, barre la belleza sentimental del mundo, dejándonos un universo austero y sin sentido del misterio.
La realidad es precisamente la contraria. Los misterios más hondos se dan en la naturaleza, sin que tengamos que ir más allá. Por ejemplo, a muchas personas les fascina que pueda existir una enigmática capacidad mental para ver el futuro, cuando lo realmente asombroso es que podamos ver el presente, El hecho de que tú, ahora mismo, con solo alzar la vista, puedas contemplar el techo, o que al mirar por la ventana puedas ver pasar los coches o notar cómo cambian de color las aceras en función de las nubes que se encuentran en el cielo, o que seas capaz de mirarme mientras te miro, es mucho más inquietante que esa presunta y no demostrada capacidad para ver el futuro.  O pensemos en uno de los temas estrella del mundo paranormal: poder hablar con los muertos.  ¿Acaso no es más impresionante que podamos hablar con los vivos? O mover objetos con la mente, la famosísima telequinesia, concentrándonos ridículamente frente a un bloque de mármol  ¿no queda eclipsado eso por el hecho, real y constatable, de que podamos mover objetos con las manos?
El mundo real, aunque no sepamos qué rábanos es, ese mundo magnífico que la ciencia intenta describir con precisión, tiene ya los suficientes elementos de misterio como para que necesitemos añadir alguno más; Siempre he pensado que la fascinación por lo esotérico simboliza nuestro profundo y tristísimo desprecio por la realidad. Y, sin esa fascinación  no habrá ciencia, ni hubiéramos descubierto que la electricidad y el magnetismo son la misma cosa, ni que algo similar podemos decir del espacio y del tiempo, y que jamás se habrían producido esos vuelcos en el corazón de Faraday, o los pinchazos de alegría en el estómago de Einstein cuando empezó a comprender que la naturaleza encajaba fantásticamente bien con las leyes que él mismo había pronosticado con la ayuda tan sólo de un lápiz y un papel. 

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Este texto es un fragmento del libro "El Universo para Ulises" , escrito por Juan Carlos Ortega. Es un libro divulgativo asequible e interesante ( y con mucho sentido del humor, se nota que el escritor es también humorista) en el que hace un recorrido histórico muy ameno por la historia de la astronomía y de la física. Os lo recomiendo sin ninguna duda.
Os invito a que comentéis qué os ha sugerido la lectura de este texto. Podéis partir de una frase que os haya llamado la atención,  mostrar vuestro acuerdo o desacuerdo con alguna idea, reflexionar sobre el límite entre lo científico y lo no científico en el campo de la astronomía o en cualquier otro...sólo os pido que sea un pensamiento elaborado por vosotros desde la reflexión y la creatividad. 
Recordad poner nombre y curso.

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